¿Es posible una acción política partiendo de la teoría del valor-trabajo?

Con la expresión acción política me refiero a la posibilidad de hacer germinar en la población una crítica a la sociedad del trabajo y de las mercancías capaz de derivar en formas de organización y participación política antagónicas (movimientos sociales, grupos de acción directa, etc.). Descarto entre las formas de organización política la de los partidos, aun bajo la falsa dicotomía que se establece ahora entre “viejos” y “nuevos”, pues en ambos la jerarquización y la aspiración a la gobernabilidad de lo dado imposibilitan una crítica radical desde su seno.

La cuestión es por tanto saber si estamos preparados para superar el fetichismo de la mercancía y subvertir la idea de trabajo como eje organizativo de la sociedad, del tiempo y de la vida.

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En Baltimore, Maryland, EEUU

Son tres las preguntas que resumen esta incertidumbre:

– ¿Las condiciones actuales de crisis del capitalismo facilitan la difusión y el desarrollo de las ideas de la teoría del valor-trabajo?

– ¿Cómo superar la psicologización que implica la teoría del fetichismo de las mercancías?

– ¿Somos capaces de imaginar otras formas de relación social, de diseñar aunque sea mentalmente sociedades post-capitalistas sin la dominación del trabajo abstracto y de las mercancías?

Con respecto a la primera pregunta creo que la crisis del capitalismo no ha traído consigo condiciones más apropiadas para la difusión y asimilación de la crítica radical que supone la teoría del valor-trabajo. Como hemos visto en los textos de diversos autores, la reacción más generalizada a la crisis del capital (o a su agonía en forma de turbo capitalismo) ha sido la de apelar al keynesianismo. Se ha optado por rescatar el papel del Estado como regulador económico y social, como si este no fuera un elemento más del capitalismo en su forma actual, u obviando que es uno de los instrumentos o subterfugios más empleados por los neoliberales. Y resulta cada vez más evidente que el capitalismo de Estado es otra de las múltiples caras de la sociedad de las mercancías.

La crisis del capital tampoco ha generado las condiciones necesarias para una “suspensión del juicio” con respecto al concepto de trabajo. La precarización de las condiciones de trabajo y la precarización del tiempo de vida (tiempo de vida que destinamos a comprar mercancías o a optimizarnos como otra mercancía más) parecen más bien suponer un acicate en la carrera frenética hacia mejores posiciones en el mundo del capital. Somos precarios en el trabajo, por lo que seguro que tarde o temprano nuestra situación puede o debe mejorar (como una especie de promesa religiosa).

Por otro lado, los desempleados, los incapacitados, los marginados (drogodependientes, presos, enfermos mentales), no se encuentran en situación de realizar una crítica del trabajo, por ser constantemente desplazados a la condición de cuasi-sujetos (en tanto que no se pueden relacionar con mercancías o como mercancías, no tienen cabida en nuestra sociedad, les falta algo).

Así pues, el hechizo persiste, y unos y otros aspiran solo a subir un escalón más en la sociedad de las mercancías: los desempleados a tener un trabajo, por precario que sea, para poder sobrevivir; los asalariados a mejorar sus condiciones laborales, su capacidad adquisitiva y tal vez llegar a formar parte alguna vez del grupo de los deseados “emprendedores”. A esto se le añade el brebaje del endeudamiento y ya se tienen listos todos los componentes para la inacción política.

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Dar el salto

¿Esperamos entonces a una transformación que parta del individuo?

Lo que me lleva a la segunda pregunta que planteé: cómo superar la psicologización que supone la teoría del fetichismo de las mercancías. Si bien la sociedad de las mercancías está basada en un tipo peculiar de relaciones sociales (las relaciones de los productores asumen la forma de una relación social entre los productos del trabajo), no es menos cierto que también responde a un modo subjetivo, cultural o aprehendido, de concebir la realidad. Esto es, mi mirada, aunque sea crítica, proviene de un sujeto que nace y crece en la sociedad de las mercancías. ¿Qué opción tengo entonces para reaccionar contra esta forma de sociedad? ¿Convertirme en un flaneur en la ciudad o en el campo aislarme como un ermitaño? ¿Cómo no sospechar de mí siempre, dado que soy un producto de la sociedad capitalista?

De esta sospecha se desprende que la labor de imaginar una sociedad post-mercancías no pasa de ser “política-ficción”. Consuela saber que el capitalismo no es una forma inmanente o ahistórica, pero concebir salidas colectivas a la sociedad de las mercancías se hace difícil. ¿Hay que comenzar por una huida individual o grupal hacia delante o hacia un lado? ¿Aprovechar los acontecimientos para desatar en cadena otros tantos que pongan en peligro o cuestionen la sociedad de las mercancías (acontecimientos en el sentido de Badiou o Lazzarato)? ¿Es posible encontrar formas de acción política que no acaben subsumidas o desactivadas por la maquinaria capitalista?

Al menos la crítica radical que representa la teoría del valor-trabajo no puede ser fagocitada por el sistema capitalista, por lo que su desarrollo teórico junto a la incorporación de los nuevos antagonismos, resulta indispensable para pasar de la política-ficción a una política-acción contra el trabajo y la valorización del valor.

Cristina Ventura

Explotación severa en el corazón de Europa

Cuando es un juez quien dice «todo el mundo hace la vista gorda», no cabe duda de que se ha detectado un problema grave que va más allá de un caso concreto. El contexto en el que un juez español lamentó la pasividad de las autoridades es la detección de talleres clandestinos de confección textil y el marco en el que aparece este lamento es el informe sobre Explotación Laboral Severa que la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (FRA, por sus siglas en inglés) ha publicado el 2 de junio de 2014.

El sector textil, la construcción, los servicios de hostelería y la agricultura son las ocupaciones sobre las que este observatorio europeo ha alertado como nichos de explotación. La diferencia entre las legislaciones de los Estados europeos es el principal escollo para homogeneizar la persecución de la esclavitud laboral en el siglo XXI. La trata, esto es el comercio ilegal de personas con propósitos de esclavitud reproductiva, explotación sexual, trabajos forzados o extracción de órganos, aparece en el informe, que ha contado, en la mayoría de países europeos, con más dotaciones para detectar y perseguir esta forma de esclavitud laboral.

El miedo a que una denuncia se convierta en una orden de expulsión del país es la clave en muchos de los casos denunciados

La carta de Derechos Fundamentales de la UE, en sus artículos 5 y 31, establece la guía general, pero ésta se aplica de forma diferente entre aquellos países que sólo protegen a ciudadanos de terceros países, los que sólo garantizan los derechos de las personas migrantes sin papeles mediante la legislación penal –no a través de las leyes de trabajo– y los países que protegen también a los nacionales de la UE a través de la legislación laboral.

La dificultad para recoger los testimonios hace que el FRA no se aventure a dar una cifra de personas en esta situación y se remita a la consideración de la Organización Internacional del Trabajo de que tres de cada mil personas en el mundo han sufrido estas condiciones. En la UE, en los países con una legislación más garantista, han aflorado más casos que en aquellos en los que los marcos legales son más amplios o vagos.  En octubre, la campaña Used in Europe estimó en 800.000 las personas que sufren explotación laboral severa en Europa.

El pasado domingo 28 de marzo de 2010 cientos de personas se concentraron en la plaza de Jacinto Benavente de Madrid para exigir condiciones dignas para las trabajadoras domesticas. En la concentracion estuvieron presentes muchas empleadas domesticas y otras personas que las apoyan en su lucha. Despues de interpretar una obra de teatro en la que se denunciaba la situacion laboral de este colectivo, las personas congregadas marcharon en manifestacion hasta la Puerta del Sol donde se leyo un manifiesto.

Actuamos contra la explotación laboral…, esto es, todo «trabajo» bajo el capitalismo

Rumanos recolectando patatas en Hungría, bengalíes o pakistaníes recogiendo fruta en Grecia, portugueses construyendo carreteras en los Países Bajos o subsaharianas trabajando como au-pairs en Francia. La explotación tiene muchas caras pero constantes comunes: sueldos de menos de un euro la hora, jornadas de doce horas diarias durante seis o siete días seguidos, y, a menudo, un «hogar» en condiciones de inhabitabilidad a menudo atado al lugar de trabajo.

el principal factor personal de riesgo detectado ha sido el desconocimiento del idioma, el bajo nivel educativo y que los trabajadores proviniesen de situaciones de extrema pobreza

A pesar de que los sistemas de detección y monitorización del Estado español son buenos, el FRA explica que se está produciendo un aumento de la explotación en la agricultura que se extiende también a Portugal. El miedo a que una denuncia se convierta en una orden de expulsión del país, junto a una situación de extrema pobreza que lleva a aceptar cualquier tipo de empleo, son los factores clave en muchos de los casos denunciados. En los casos analizados por el FRA el principal factor personal de riesgo detectado ha sido el desconocimiento del idioma, el bajo nivel educativo y que los trabajadores proviniesen de situaciones de extrema pobreza en sus países de origen.

Un representante sindical español citado en el artículo considera que «no hay una condena social; no se reprueba que un hombre de negocios tenga personas migrantes trabajando para él y que las explote (…), no se condena que haya migrantes viviendo en condiciones inhumanas». El racismo es un factor coadyuvante para las situaciones de explotación, dado que aumenta la percepción de que hay trabajos para los que la población autóctona no está destinada y por tanto, pueden tener condiciones subestándar.

Las necesidades de las víctimas de estas situaciones, indica el informe, son tener la posibilidad de establecerse en un país de la UE, y, en un número significativo de casos, poder proveer a otros miembros de la familia y algo tan evidente como recibir una paga por su trabajo.

Al margen de las recomendaciones a los Estados y a las autoridades de dichos países, el informe subraya la responsabilidad de los consumidores a la hora de adquirir productos o servicios que puedan proceder del trabajo en condiciones de explotación severa.

Enfermeros en Alemania: explotación o multa

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Hace dos años que Natalia Sierra, una joven de 24 años recién diplomada en enfermería, vio una oferta en internet en la que se ofrecía trabajo a enfermeras y enfermeros en Alemania. Decidió probar suerte y envió su currículum. Tras una entrevista grupal y otra individual, partió rumbo a la capital germana. El motivo que propició que emigrase sin ni siquiera haber trabajado antes en Madrid, su ciudad natal, fueron las buenas condiciones que, aparentemente, se les ofrecían en este trabajo. Los seis primeros meses asistirían a un curso intensivo y cobrarían como practicantes (mucho menos del sueldo normal), hasta que, una vez alcanzado el nivel B2 de alemán, pasarían a cobrar sueldo estipulado y desempeñarían su trabajo en las mismas condiciones que las enfermeras y enfermeros alemanes. Pero lo que no sabían es que de la teoría a la realidad distaban un par de cláusulas abusivas en sus contratos.

Al ofrecerles el puesto de trabajo se les comentaba que deberían permanecer en él un mínimo de dos años, pero si por el contrario querían abandonarlo antes de ese tiempo, deberían abonar una multa que oscilaba entre los 6.000 y los 10.000 euros. Como, aparentemente, las condiciones eran bastante favorables, firmaron los contratos, ya que las posibilidades de encontrar un trabajo que permitiese su emancipación en lugares como Madrid eran limitadas debido principalmente a la precarización de la sanidad. Es así como muchas empresas alemanas reclutan a enfermeras y enfermeros de todo el Estado. Tras llegar allí y superar el examen de alemán a los seis meses, muchos se dan cuenta de que sus condiciones salariales no son equiparables a las de los trabajadores alemanes. Estas diferencias no se producen únicamente en el salario, sino también en las horas trabajadas y en la elección de destinos. Diversos programas atraen a miles de emigrados cada año, como el llamado “Work & Travel”, en el que tenían que viajar por Alemania para visitar a pacientes y por el que no cobraban un salario adecuado a su dedicación.

Cada mes trabajado, la penalización por irse disminuía en unos 400 euros, según el caso. Tras darse cuenta de que se estaba produciendo este abuso, un grupo de enfermeros, entre los que se encontraba Natalia, decidieron acudir a la Oficina Precaria del 15M de Berlín. Este colectivo creó el año pasado el Grupo de Acción Sindical (GAS), a raíz de observar que se está produciendo un dumping salarial utilizando a trabajadores del sur de Europa que cobran salarios inferiores a los de las personas autóctonas y que son utilizados para rebajar las condiciones laborales de los propios alemanes, ya que en ocasiones a éstos se les exige trabajar más horas o por un salario menor si no quieren que sus puestos de trabajo los ocupen españoles, griegos o italianos. El Grupo de Acción Sindical se dedica a ayudar a los trabajadores de cualquier procedencia a organizarse y a presentarse a las elecciones del comité de su empresa para, desde ahí, poder presionar para que mejore su situación laboral. También se elabora una tabla con reivindicaciones como la eliminación de la multa, mismo salario para el mismo trabajo, descanso entre turnos o la especificación de sus competencias.

“En nuestro caso, la empresa reaccionó suprimiendo la contratación de personas procedentes del sur de Europa y sustituyéndolas por migrantes del Este. Al no tener mejoras en cuanto a salario y multa, algunos decidimos romper el contrato, cuenta Natalia. Los que se organizaron pudieron librarse de la multa. Pero esto no resultó tan fácil para todos, ya que hay enfermeras y enfermeros que han tenido que quedarse en la empresa hasta que la multa esté totalmente pagada, bajo amenaza de iniciar acciones legales contra ellos. En teoría esta penalización económica es debida a los gastos del curso de alemán o la vivienda que se les proporcionaba al llegar a Alemania, pero no se especificaba con ningún tipo de facturas la cantidad, que además variaba de unos trabajadores a otros, y se ha descubierto que algunas empresas se servían de fondos europeos para financiar estos cursos de alemán.

Desde el Grupo de Acción Sindical (GAS) han observado que estos “contratos mordaza” se están empezando a dar en más empresas de enfermería y también en otras de sectores diferentes, como el de los transportes. Por ello decidieron poner en marcha hace algunos meses la campaña “La multa me mata”, que viene detallada en su web. Su principal difusión están siendo las redes sociales. Mayte Marín forma parte del Grupo de Acción Sindical y explica que “se da una imagen errónea de lo que es Alemania. Parece que hay mucho trabajo y de calidad, pero no siempre es así. Nos gustaría denunciar públicamente este problema en Alemania y en España. Son muchas las instituciones que colaboran o participan de estos programas que mandan enfermeros a trabajar fuera y que no saben, o no quieren saber, las condiciones reales en las que se encuentran. Además, cuando estas personas tienen problemas en su trabajo y acuden a la embajada a pedir ayuda, a veces no se les ofrece, en ocasiones porque desconocen el tema. Con esto también conseguiremos crear una red de apoyo para los trabajadores extranjeros en el sector”.

En el Grupo de Acción Sindical también tienen contacto con algunos sindicatos alemanes, que intentan asesorar a los trabajadores y disponen, para quienes se afilien, de un abogado gratuito que lleva sus casos. Es el caso de Ver.di, que cuenta con una sección dedicada al tema sanitario. Resulta también bastante habitual que las empresas prohíban a sus empleados hablar de sus sueldos con los compañeros de trabajo, produciéndose así un hermetismo difícil de romper, puesto que no se sabe si se cumplen los convenios colectivos del sector para todos los empleados.

A pesar de que existen ciertos contratos abusivos, otros como José Salvador Moreno, procedente de Cádiz, no se plantean volver de momento. “En mi ciudad aún el paro es de los más altos y llevo aquí tres años. Hablo ya bien alemán, así que no me resulta complicado encontrar otro trabajo de enfermero cuando no me gustan las condiciones que se me ofrecen”. Alemania es uno de los destinos preferidos por los profesionales sanitarios al acabar sus estudios, ya que tiene mucha demanda y en algunas ocasiones con condiciones mejores que las detalladas en este artículo. El nivel de preparación de las enfermeras y enfermeros españoles supera, con creces, al del ofrecido en Alemania, donde enfermería no es una carrera universitaria, sino una formación profesional de tres años y cuyas funciones principales se relegan a las de los cuidados.

 

MANIFIESTO CONTRA EL TRABAJO (XVII) y ÚLTIMO, 1999

Lo sabes, ¿no?

Lo sabes, ¿no?

18. La lucha contra el trabajo es antipolítica

«Nuestra vida es el asesinato por el trabajo. Hace 60 años que colgamos de la cuerda y pataleamos, pero nos vamos a soltar.»

Georg Büchner, La muerte de Danton, 1835

La superación del trabajo es cualquier cosa menos una utopía nebulosa. La sociedad mundial no puede continuar en su forma actual otros 50 ó 100 años. Que los adversarios del trabajo se tengan que enfrentar a un ídolo trabajo ya clínicamente muerto no hace necesariamente su tarea más fácil. Puesto que cuanto más se agrava la crisis de la sociedad del trabajo y todos los intentos de poner remedio acaban fracasando, más crece el abismo entre el aislamiento de las mónadas sociales desvalidas y las exigencias de un movimiento de apropiación de la totalidad de la sociedad. El salvajismo creciente de las relaciones sociales en muchas partes del mundo muestra que la antigua conciencia del trabajo y la competencia prosigue a niveles cada vez más ínfimos. La «descivilización» a trompicones, a pesar de todos los impulsos de un malestar en el capitalismo, parece ser la forma más natural de transcurrir la crisis.

«(…) cuanto más se agrava la crisis de la sociedad del trabajo y todos los intentos de poner remedio acaban fracasando, más crece el abismo entre el aislamiento de las mónadas sociales desvalidas y las exigencias de un movimiento de apropiación de la totalidad de la sociedad»

Justamente con unas perspectivas tan negativas, sería fatal posponer la crítica del trabajo como programa integral para el conjunto de la sociedad y limitarse a levantar una economía precaria de supervivencia sobre las ruinas de la sociedad del trabajo. La crítica del trabajo sólo tiene una oportunidad si se enfrenta a la corriente dessocializante, en vez de dejarse arrastrar por ella. Pero los estándares civilizatorios ya no se pueden defender con la política democrática, sino sólo contra ella.

«(…) los estándares civilizatorios ya no se pueden defender con la política democrática, sino sólo contra ella […] Es imposible rebelarse contra la enajenación de las propias potencias sociales sin enfrentarse al Estado.»

El que aspire a la apropiación y transformación emancipadora del contexto social entero, difícilmente podrá ignorar la instancia que ha organizado hasta ahora sus condiciones básicas. Es imposible rebelarse contra la enajenación de las propias potencias sociales sin enfrentarse al Estado. Puesto que el Estado no sólo administra más o menos la mitad de la riqueza social, sino que también asegura la subordinación forzosa de todos los potenciales sociales bajo el mandamiento de la explotación. Tan claro es que los adversarios del trabajo no pueden ignorar el Estado y la política, como lo es que con ellos no hay ningún Estado ni política que hacer.

Si el final de trabajo es el final de la política, entonces un movimiento político por la abolición del trabajo sería una contradicción en sí mismo. Los adversarios del trabajo le dirigen reclamaciones al Estado, pero no constituyen un partido político ni lo van a constituir. La meta de la política sólo puede ser conquistar el aparato de Estado para continuar con la sociedad del trabajo. Los adversarios del trabajo, en consecuencia, no quieren ocupar los centros de mando del poder, sino dejarlos fuera de servicio. Su lucha no es política, sino antipolítica.

“Si el final de trabajo es el final de la política, entonces un movimiento político por la abolición del trabajo sería una contradicción en sí mismo. Los adversarios del trabajo le dirigen reclamaciones al Estado, pero no constituyen un partido político ni lo van a constituir. […] Su lucha no es política, sino antipolítica.”

El Estado y la política de la Modernidad se encuentran inseparablemente entrelazados en el sistema coercitivo del trabajo, y es por eso que tienen que desaparecer los dos junto a éste. Las habladurías acerca de un renacimiento de la política son sólo el intento de reconducir la crítica del terror económico a una actuación que se pueda relacionar positivamente con el Estado. Pero autoorganización y autodeterminación son justamente lo contrario de Estado y política. La conquista de espacios socioeconómicos y culturales libres no se consumará tomando rodeos, sendas oficiales o desvíos políticos, sino mediante la constitución de una contrasociedad.

Libertad no significa ni dejarse machacar por el mercado ni administrar por el Estado, sino organizar según criterios propios las relaciones sociales sin intromisiones de aparatos enajenados. En ese sentido, los adversarios del trabajo lo que se proponen es encontrar nuevas formas de movilización social y de conquistar cabezas de puente para la reproducción de la vida más allá del trabajo. Lo que hay que hacer es combinar las formas de práctica contrasocial con el rechazo ofensivo del trabajo.

Por mucho que los poderes dominantes nos tachen de locos, porque nos arriesgamos a romper con su sistema irracional de imposiciones, nosotros no tenemos nada más que perder que la perspectiva de la catástrofe hacia la que nos conducen. ¡Tenemos un mundo más allá del trabajo que ganar!

“(…) autoorganización y autodeterminación son justamente lo contrario de Estado y política. La conquista de espacios socioeconómicos y culturales libres no se consumará tomando rodeos, sendas oficiales o desvíos políticos, sino mediante la constitución de una contrasociedad.”

¡Proletarios de todo el mundo, dejadlo ya!

WalMart: el negocio de la pobreza

Alimentándose de la pobreza

¿El capital no es un depredador de la pobreza?

En los almacenes, mientras descargaba camiones a las cuatro de la madrugada, podía leer los carteles de “perritos calientes gratis si conseguimos 15 días sin accidentes, pizza si son 30, el sorteo de una Xbox 360 si son 90 días, una tele de plasma si son 120 días”. A pesar de las estratagemas para evitar denuncias por accidente laboral, nunca vi que el contador de “días sin accidentes” pasara de 12.

Mis compañeras de trabajo, como la abuela que se abrió la cabeza al caerse de una estantería y sigue trabajando el turno de madrugada con 65 años, la licenciada con máster, pluriempleada para conseguir tres sueldos mínimos con los que pagar su préstamo universitario, también la cajera que era ingeniera ambiental en su país, el casi septuagenario que carga sacos de abono en furgonetas, o la veinteañera en bancarrota que apenas puede pagar las facturas y no tiene para comer, forman parte de los casi dos millones de personas que trabajan para Walmart en Norteamérica.

En los Estados Unidos, el 1% de la población activa, en su mayoría mujeres y minorías raciales, trabaja en este gigante de los grandes almacenes, y los associates (trabajadores, en la jerga interna de la empresa) venden alimentación, ropa, electrodomésticos, muebles, productos de jardinería, óptica, servicios de reparación de automóviles, peluquería, incluso armamento y munición.

Mientras la familia Walton, heredera del fundador de la empresa, acumula un patrimonio de casi 150000 millones de dólares, Walmart suele despertar reacciones clasistas en el imaginario norteamericano. El 18% de los food stamps (subsidios estadounidenses para alimentación) se gasta allí. La compañía es sinónimo de una pobreza ridícula, ya sea de sus trabajadores o sus clientes; no en vano una de las páginas web más populares en Estados Unidos es People Of Walmart, una recopilación de fotografías de clientes “pintorescos” objeto de burla a causa de su sobrepeso o su “falta de clase” al vestir.

La quimera del ‘asociado’

Desde el primer día en el que me convertí en un associate, recibí un continuo torrente de propaganda: se nos intenta convencer para cobrar parte del sueldo en acciones de la empresa, lo que reduce la ya ínfima nómina mientras engorda el valor bursátil de la compañía. Se habla de muchos posibles bonus en caso de cumplir objetivos de productividad inalcanzables en la práctica, pero que crean la ilusión de que el responsable de que su sueldo sea tan bajo es siempre del propio trabajador y no de la compañía.

A pesar de la diversidad de labores que puede realizar un associate, el periodo de formación, que dura casi una semana, apenas entrena para ninguna tarea específica. Unas animaciones de ordenador transmiten mensajes simples, fáciles de entender para aquellos cuyo inglés o sus habilidades lectoras no son fluidas. En el modelo que Walmart ha perfeccionado, en el que se contrata y se despide automáticamente según las ventas suban o bajen, no cabe ningún tipo de especialización del trabajo.

Estas animaciones de ‘formación’, por ejemplo, nos dicen que denunciar accidentes laborales supondría incómodos trámites que no convienen a nadie, y que será mejor para todos si volvemos al trabajo porque así nos seguirán pagando. Los trabajadores, una inmensa mayoría de ellos a tiempo parcial, somos a menudo chantajeados con la promesa de trabajar horas ‘extra’ no declaradas. Gracias a esta estratagema, muy pocos associates tienen los escasos derechos que otorga el estatus de trabajador a tiempo completo en las legislaciones de Estados Unidos o Canadá.

Terreno vedado a la lucha sindical

En Walmart no hay lugar para los sindicatos, y las leyes se lo permiten. La empresa, que gasta millones de dólares en donaciones políticas, mantiene buenas relaciones con cualquier tipo de gobierno; líderes como Barack Obama o Cristina Fernández de Kirchner han hecho declaraciones elogiando a la compañía. Las prácticas antisindicales han hecho que no haya trabajadores sindicados de Walmart en toda Norteamérica. Además, la comunicación interna de la compañía ha sofisticado los canales para la delación entre los propios empleados. El periodista Hamilton Nolan cita el caso de una trabajadora despedida cuando su jefe la oyó hablar de una reunión familiar; la palabra reunión es demasiado similar a union, sindicato en inglés.

Cuando los carniceros de un Walmart de Texas decidieron organizarse en un sindicato, la empresa decidió prescindir de todos sus charcuteros en todo el planeta, y pasar a vender únicamente carne empaquetada en bandejas. Cuando los trabajadores del hipermercado de Jonquiere, en Québec, se organizaron, Walmart no dudó en cerrar, despedir a todos los trabajadores y abandonar ese pueblo.

Documentales como The High Cost of Low Price muestran el efecto devastador sobre la economía de las zonas donde Walmart desembarca. Instalándose en las afueras de las ciudades, con costes laborales mínimos y con una política de precios diseñada para eliminar a su competencia, destruye muchos más puestos de trabajo que los muy precarios empleos que crea.

Walmart es la segunda empresa del mundo con más beneficios, sólo superada por Exxon Mobil, y, si se cumplen los pronósticos y Hillary Clinton llega a la Casa Blanca en 2016, la empresa habrá conseguido colocar en la presidencia de los Estados Unidos a una antigua lobbista y miembro de su Consejo de Administración; para entonces, miles de associates seguirán reponiendo los estantes de alimentación mientras no pueden permitirse tres comidas diarias, y para la familia Walton, la creación de pobreza seguirá siendo un excelente negocio.

por Alberto Maestre, que ha sido trabajador de WalMart.

Peones del campo, camareros y personal de limpieza, contratados por horas: ya hay menos paro

La barbarie delcapitalismo

La barbarie del capitalismo

Agencias.- Peones agrícolas, camareros y personal de limpieza: es el panorama del empleo en España. Según un estudio realizado por el Ministerio de Empleo, son estas profesiones las que más empleo han encontrado durante el primer trimestre del año.

En total, un tercio de todas las contrataciones fueron realizadas en sectores de baja cualificación. Quienes más problemas tienen para encontrar trabajo son los empleados con estudios medios y superiores, no ocurre lo mismo con los que tienen estudios de menor cualificación.

[…] los empleos son en su mayoría temporales y por periodos muy cortos de tiempo: el 40% de todos los contratos fue por horas

Así, de los 4.036.520 contratos entre 100 ocupaciones realizados entre enero y marzo de este año, quienes más facilidades tuvieron para encontrar un empleo fueron los peones del campo, con más de medio millón de contratos; camareros (446.828); y personal de la limpieza (265.229). Entre estos tres colectivos suman casi un tercio del total de la contratación en este periodo, con 1,2 de los empleos ocupados durante los tres primeros meses del año.

[…] un 24% de los empleos duraron una semana.

En el estudio realizado, se revelan también otras características del empleo en nuestro país. Además son las empresas pequeñas las que están tirando del motor del empleo: según el estudio, son las pymes más pequeñas las que más han aumentado sus plantillas durante los tres primeros meses del año, hasta marzo de 2015.

Además, los empleos son en su mayoría temporales y por periodos muy cortos de tiempo: el 40% de todos los contratos fue por horas, y sólo un 6,7% de los empleados en el país comenzaron con un contrato indefinido. Además, destaca otro dato: un 24% de los empleos duraron una semana.

¿qué es exactamente el contrato de cero horas?

Si no se paga el tiempo de la fuerza de trabajo, no hay trabajo que valga

Si no se paga el tiempo de la fuerza de trabajo, no hay trabajo que valga

Los datos, publicados por la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido (vea aquí el informe completo), han causado una fuerte polémica ya que muestran un gran aumento en el número de personas afectadas por este tipo de contratos.

En el último trimestre de 2014 el número de trabajadores bajo esta modalidad era de 697.000, unas 110.000 personas más que en el mismo periodo del año anterior. De octubre a diciembre de 2014, el número de contratos de «cero horas» ha aumentado de 1,4 a 1,8 millones.

Los sindicatos consideran que estos contratos afectan principalmente a mujeres, jóvenes e inmigrantes, que cobran unas 300 libras (408 euros) menos a la semana que si trabajaran con un contrato convencional. Como promedio, trabajan 25 horas a la semana. Un tercio de estos trabajadores quiere trabajar más horas.

Los «cero horas» nacieron con la idea de aportar flexibilidad a un mercado laboral rígido para permitir que estudiantes y personas que quisieran trabajar a tiempo parcial tuvieran más opciones de encontrar un empleo. Sin embargo, los datos muestran que se está abusando de esta modalidad. Vince Cable, ministro de Industria, ha asegurado hoy que, ante los excesos que están cometiendo, llevará al Parlamento una ley para prohibir las cláusulas de exclusividad en estos contratos, que impiden que los trabajadores trabajen más horas.

Según los datos publicados hoy, el 34% de los contratos de cero horas se destinan a jóvenes de entre 16 y 24 años. Pero suponen ya un 21% en el segmento de entre 35-49 años: y otro 21% entre los trabajadores de 50 a 64 años.

Hace algo más de un año, McDonalds afirmó que el 90% de sus empleados en Reino Unido están supeditados a contratos de cero horas. Esta modalidad exige estar disponible 24 horas al día, lo que impide a los empleados tener otro trabajo. Si rechazan acudir cuando les llama una empresa, en general no vuelven a ser contactados.

A su vez, medios como The Guardian o The Daily Mail se han echo eco del uso de esta modalidad contractual por parte de grandes empresas. Incluso el Chartered Institute of Personnel and Development (CIPD) ha criticado duramente el hecho de que más de un millón de británicos tengan contratos de cero horas. Pero, ¿qué es exactamente el contrato de cero horas?

Reino Unido cuenta con 700.000 empleados trabajando con contratos de «cero horas», que no garantizan ni un salario mínimo ni un número de horas al mes trabajadas ya que la empresa llama a los trabajadores sólo cuando los necesita.

Esta figura contractual es inexistente en España y tiene un funcionamiento bastante peculiar, puesto que la empresa contratante obliga al trabajador a estar siempre disponible ante una eventual llamada de la misma y a mantener una relación de exclusividad con ella. Sin embargo, la compañía no tiene la obligación de garantizar al empleado que le proporcionará trabajo con una frecuencia determinada, así como el trabajador tampoco está obligado a aceptar cualquier llamada, si bien una negación puede traducirse en que nunca más vuelvan a llamarle.

Como consecuencia de esto, la inestabilidad económica y personal de los contratados bajo esta modalidad de contrato son altas. Del mismo modo, los sueldos percibidos suelen ser bajos: los empleados con este tipo de contrato cobran de media 236 libras (unos 273 euros) a la semana, frente a los 557 que percibe de media un trabajador británico.

la compañía no tiene la obligación de garantizar al empleado que le proporcionará trabajo con una frecuencia determinada, así como el trabajador tampoco está obligado a aceptar cualquier llamada, si bien una negación puede traducirse en que nunca más vuelvan a llamarle. […] Según la legislación británica, mientras el trabajador espera la llamada del empresario, no tiene derecho a baja médica ni a vacaciones pagadas.

El contrato ‘cero horas’ no garantiza trabajo ni ingresos ni derechos laborales. El empresario decide el número de horas a la semana, los horarios y las jornadas específicas que ofrecerá al contratado. El trabajador no sabe cuantas horas trabajará, y por tanto cobrará, hasta el principio de cada semana. De esta forma, los trabajadores solo trabajan aquellos días en que la empresa los requiere. No hay un tiempo mínimo para avisar e incluso algunos contratos laborales obligan a los trabajadores a aceptar cualquier turno u horario. Además, cobrando un sueldo que depende de las horas trabajadas, no se garantizan un sueldo a final de mes. Según la legislación británica, mientras el trabajador espera la llamada del empresario, no tiene derecho a baja médica ni a vacaciones pagadas.

Una sensible diferencia que se basa en reducir la redundancia, es decir, las horas pagadas en las que el trabajador no tiene nada que hacer y, por lo tanto, no son productivas.

Bajo esta modalidad de contratación, la capacidad coactiva del empresario sobre la plantilla es mucho mayor, pues sencillamente puede castigar con menos horas (y por tanto menos sueldo) a aquellos trabajadores que puedan causarle cualquier tipo de molestia, limitando gravemente a los trabajadores cualquier tipo de defensa de sus derechos laborales, otorgando así vía libre al empresario para imponer unas condiciones aun peores si cabe. En resumen, se trata de un arma poderosa del empresario para mantener al trabajador sumiso, ya que pueden asignarle cero horas mensuales sin ninguna explicación. En consecuencia el trabajador se encuentra virtualmente sin empleo.

En España el contrato de cero horas no es legal, no obstante ya existen prácticas laborales con actuaciones similares. Por ejemplo, algunas empresas utilizan el personal fijo-discontinuo sin respetar en absoluto el preaviso preceptivo, de modo que los convierten de facto en un “contrato a llamada”, por el cual los trabajadores también deben estar siempre disponibles para cuando el empresario los necesite.

Los problemas que conllevan este tipo contrato son evidentes: elevada inestabilidad económica y personal; los sueldos percibidos, mucho más bajos del salario mínimo. Según señalaba un estudio llevado a cabo por la Resolution Foundation, los empleados con este tipo de contrato cobran de media a la semana 236 libras (unos 273 euros), frente a los 557 que perciben los trabajadores contratados en términos habituales. Una sensible diferencia que se basa en reducir la redundancia, es decir, las horas pagadas en las que el trabajador no tiene nada que hacer y, por lo tanto, no son productivas.

1 de Mayo de 1886, masiva huelga de trabajadores en Chicago por las 8 horas de trabajo

1 de Mayo de 1886 (119 años hace), masiva huelga de trabajadores en Chicago por las 8 horas de trabajo

Es más, esta figura laboral permite a los empresarios disponer plenamente de un notable contingente humano, el cual, no tiene garantizado trabajo pagado y que puede ser despedido al arbitrio de la empresa sin haber percibido remuneración alguna.

Aunque donde más abundan este tipo de contratos es en el sector de las empresas de comida rápida, esta práctica se extiende a otros sectores como la hostelería y el catering. Grandes empresas e instituciones inglesas como JD Wetherspoon, Spirit Group, Boots, CineworldSubway o Tata Catering recurren a este tipo de contratos. Incluso el palacio de Buckingham ha contratado por horas cero a 450 trabajadores.

En España el contrato de cero horas no es legal, no obstante ya existen prácticas laborales con actuaciones similares. Por ejemplo, algunas empresas utilizan el personal fijo-discontinuo sin respetar en absoluto el preaviso preceptivo, de modo que los convierten de facto en un “contrato a llamada”, por el cual los trabajadores también deben estar siempre disponibles para cuando el empresario los necesite.

Además, la última reforma laboral permite a los empresarios adaptar unilateralmente la jornada de su plantilla a sus necesidades de producción: hasta un 10% de la jornada, siempre y cuando no se haya pactado otra cosa en convenio colectivo.

Desde la Unión Europea y la CEOE, los poderes financieros y empresariales reclaman una mayor flexibilidad en el trabajo. Dicho en plata: mayor capacidad del empresario para cambiar unilateralmente las condiciones de trabajo. La UE, como organismo intrínsecamente explotador de la clase trabajadora de sus países miembros, tiene un largo historial en cuanto a reformas laborales anti-obreras. Desde el Tratado de Maastricht (1992), donde se especificaba la creación del Banco Central Europeo (BCE) y la instauración del euro. Pasando por La Estrategia de Lisboa, firmada en el 2000, que promueve la restricción de derechos laborales de los trabajadores y pensionistas para llegar a “la reducción del coste de trabajo”. También la Directiva Bolkenstein (2004), por la cual se encubre prácticas de deslocalización dentro de la Eurozona, aprovechando el desarrollo desigual de sus países miembros, de forma que a las empresas se les aplica la legislación del país de origen y no del país donde desarrollen su actividad. Por no mencionar la Directiva de las 65 horas (2008), que permite el aumento de la jornada laboral de 48 a 65 horas semanales, suponiendo un aumento brutal de las ganancias para los empresarios.

http://www.elblogsalmon.com/mundo-laboral/el-contrato-britanico-de-cero-horas-esclavitud-encubierta

http://www.expansion.com/2015/02/26/economia/1424944385.html

https://thecitizenjack.wordpress.com/2015/02/21/contrato-a-cero-horas-flexibilidad-laboral-que-roza-la-esclavitud/

Manifiesto contra el trabajo (XIV), 1999

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Francamente no nos interesa más seguir hablando del trabajo

14. El trabajo no puede ser redefinido

«Los servicios sencillos, relativos a personas, pueden aumentar tanto el bienestar material como el inmaterial. Así puede crecer la sensación de bienestar de los clientes, si los prestadores de servicios se ocupan del trabajo propio más pesado. Y a la vez, aumenta la sensación de bienestar de los prestadores de servicios, al aumentar la autoestima gracias a esta actividad. Llevar a cabo un servicio sencillo, relativo a personas, es mejor para la psique que estar en paro.»

Informe de la Comisión sobre Cuestiones de Futuro de los Estados Libres de Baviera y Sajonia, 1997

«Sujétate con fuerza al conocimiento que se acredita al trabajar, porque la naturaleza misma lo confirma y le da su sí. Ciertamente, no tienes más conocimiento que el adquirido trabajando; todo lo demás no es más que una hipótesis del saber.»

Thomas Carlyle, Trabajar y no desesperarse, 1843

Después de siglos de adiestramiento, el hombre moderno ya no se puede imaginar, sin más, una vida más allá del trabajo. En tanto que principio imperial, el trabajo domina no sólo la esfera de la economía en sentido estricto, sino que también impregna toda la existencia social hasta los poros de la cotidianidad y la vida privada. El «tiempo libre», ya en su sentido literal un concepto carcelario, hace mucho que sirve para la «puesta a punto» de mercancías a fin de velar por el recambio necesario.

el trabajo domina no sólo la esfera de la economía en sentido estricto, sino que también impregna toda la existencia social hasta los poros de la cotidianidad y la vida privada

Pero incluso más allá del deber interiorizado del consumo de mercancías como fin absoluto, las sombras del trabajo se alzan también fuera de la oficina y la fábrica sobre el individuo moderno. Tan pronto como se levanta del sillón ante la televisión y se vuelve activo, todo hacer se transforma inmediatamente en un hacer análogo al trabajo. Los que hacen footing sustituyen el reloj de control por el cronómetro, en los relucientes gimnasios la calandria experimenta su renacimiento postmoderno, y los veraneantes se chupan un montón de kilómetros en sus coches como si tuviesen que alcanzar el kilometraje anual de un conductor de camiones de largas distancias. Incluso echar un polvo se ajusta a las normativas DIN de la sexología y a criterios de competencia de las fanfarronadas de las tertulias televisivas.

El «tiempo libre», ya en su sentido literal un concepto carcelario, hace mucho que sirve para la «puesta a punto» de mercancías a fin de velar por el recambio necesario […]

El hombre del trabajo ya no se da cuenta ni de que al asimilar todo al patrón trabajo, todo hacer pierde su calidad sensual particular y se vuelve indiferente. Al contrario: sólo por medio de esta asimilación a la indiferencia del mundo de las mercancías le puede proporcionar sentido, justificación y significado social a una actividad

Si el rey Midas vivió como una maldición que todo lo que tocaba se convirtiese en oro, su compañero de fatigas moderno acaba de sobrepasar ya esa etapa. El hombre del trabajo ya no se da cuenta ni de que al asimilar todo al patrón trabajo, todo hacer pierde su calidad sensual particular y se vuelve indiferente. Al contrario: sólo por medio de esta asimilación a la indiferencia del mundo de las mercancías le puede proporcionar sentido, justificación y significado social a una actividad. Con un sentimiento como el de la pena, por ejemplo, el sujeto del trabajo no es capaz de hacer nada; la transformación de la pena en «trabajo de la pena» hace, no obstante, de ese cuerpo emocional extraño una dimensión conocida sobre la que uno puede intercambiar impresiones con sus semejantes. Hasta el sueño se convierte en el «trabajo onírico», la discusión con alguien amado, en «trabajo de pareja», y el trato con niños, en «trabajo educativo». Siempre que el hombre moderno quiere insistir en la seriedad de su quehacer ya tiene presta la palabra «trabajo» en los labios.

Esta imprecisión conceptual prepara el terreno para una crítica de la sociedad del trabajo tan poco clara como habitual, que opera exactamente al revés, o sea, a partir de una interpretación positiva del imperialismo del trabajo. A la sociedad del trabajo se le reprocha, justamente, que aún no domine la vida lo suficiente con su forma de actividad porque, al parecer, hace un uso «demasiado estrecho» del concepto de trabajo, al excomulgar moralistamente del mismo el «trabajo propio» o la «autoayuda no remunerada» (trabajo doméstico, ayuda comunitaria, etc.), y considerar trabajo «verdadero» sólo el trabajo retribuido según criterios de mercado

El imperialismo del trabajo, en consecuencia, también se deja sentir en el uso común del lenguaje. No sólo estamos acostumbrados a usar inflacionariamente la palabra «trabajo», sino también a dos ámbitos de significado muy diferentes. Hace tiempo que «trabajo» ya no se refiere solamente (como correspondería) a la forma de actividad capitalista del molino-fin absoluto, sino que este concepto se ha convertido en sinónimo de todo esfuerzo dirigido a un fin y ha borrado así sus huellas.

Esta imprecisión conceptual prepara el terreno para una crítica de la sociedad del trabajo tan poco clara como habitual, que opera exactamente al revés, o sea, a partir de una interpretación positiva del imperialismo del trabajo. A la sociedad del trabajo se le reprocha, justamente, que aún no domine la vida lo suficiente con su forma de actividad porque, al parecer, hace un uso «demasiado estrecho» del concepto de trabajo, al excomulgar moralistamente del mismo el «trabajo propio» o la «autoayuda no remunerada» (trabajo doméstico, ayuda comunitaria, etc.), y considerar trabajo «verdadero» sólo el trabajo retribuido según criterios de mercado. Una valoración nueva y una ampliación del concepto de trabajo debería acabar con esta fijación unilateral y con las jerarquizaciones que se siguen de ésta.

Este planteamiento, por lo tanto, no se propone la emancipación de las imposiciones dominantes, sino exclusivamente una reparación semántica. La enorme crisis de la sociedad del trabajo se ha de superar, consiguiendo que la conciencia social eleve «verdaderamente» a la aristocracia del trabajo, junto con la esfera de producción capitalista, a las formas de actividad hasta ahora inferiores. Pero la inferioridad de tales actividades no es meramente el resultado de un determinado punto de vista ideológico, sino que es consustancial a la estructura fundamental del sistema de producción de mercancías y no se supera con simpáticas redefiniciones morales.

En una sociedad dominada por la producción de mercancías como fin absoluto, sólo se puede considerar riqueza verdadera lo que se puede representar en forma monetarizada. El concepto de trabajo así determinado se refleja imperialmente en todas las demás esferas, pero sólo negativamente, al hacerlas distinguibles en tanto que dependientes de él

En una sociedad dominada por la producción de mercancías como fin absoluto, sólo se puede considerar riqueza verdadera lo que se puede representar en forma monetarizada. El concepto de trabajo así determinado se refleja imperialmente en todas las demás esferas, pero sólo negativamente, al hacerlas distinguibles en tanto que dependientes de él. Las esferas ajenas a la producción de mercancías se quedan, por lo tanto, necesariamente en la sombra de la esfera capitalista de producción, porque no entran en la lógica abstracta de ahorro de tiempo propia de la economía de empresa; a pesar de que y justamente porque son tan necesarias para la vida como el campo de actividades separado, definido como «femenino», de la economía privada, de la dedicación personal, etc.

Una ampliación moral del concepto de trabajo, en vez de su crítica radical, no sólo encubre el imperialismo social real de la economía de producción de mercancías, sino que además se encuadra excelentemente en las estrategias autoritarias de administración estatal de la crisis. La exigencia, elevada desde los años setenta, de «reconocer» socialmente como trabajo plenamente válido también las «tareas domésticas» y las actividades en el «sector terciario», especulaba en un principio con aportaciones estatales en forma de transferencias financieras. No obstante, el Estado en crisis le da la vuelta a la tortilla y moviliza el ímpetu moral de esta exigencia, en el sentido del temido «principio de subsidiaridad», en contra de sus esperanzas materiales.

De este modo, una acrobacia de definiciones con el concepto de trabajo aún santificado, mal entendida como programa de emancipación, abre todas las puertas al intento del Estado de llevar a cabo la abolición del trabajo asalariado como supresión del salario, manteniendo el trabajo, en la tierra quemada de la economía de mercado

El canto de loa del «voluntariado» y del «trabajo comunitario» no trata del permiso para hurgar en las arcas estatales, de por sí bastante vacías, sino que se usa como coartada para la retirada social del Estado, para los programas en curso de trabajo forzoso y para el mezquino intento de hacer recaer el peso de la crisis sobre las mujeres. Las instituciones sociales oficiales abandonan sus obligaciones sociales con el llamamiento, tan amistoso como gratuito, dirigido a «todos nosotros» para combatir, en el futuro, la miseria propia y ajena con la iniciativa privada propia y para no volver a hacer reclamaciones materiales. De este modo, una acrobacia de definiciones con el concepto de trabajo aún santificado, mal entendida como programa de emancipación, abre todas las puertas al intento del Estado de llevar a cabo la abolición del trabajo asalariado como supresión del salario, manteniendo el trabajo, en la tierra quemada de la economía de mercado. Así se demuestra involuntariamente que la emancipación social hoy en día no puede tener como contenido la revalorización del trabajo, sino sólo su desvalorización consciente.

Así se demuestra involuntariamente que la emancipación social hoy en día no puede tener como contenido la revalorización del trabajo, sino sólo su desvalorización consciente.

La patronal conservera propone 648 euros de salario y el resto en latas

Trabajadoras del sector conservero denuncian que la patronal les propone cobrar parte del sueldo en especie. Temían que se plantease una rebaja salarial, pero la propuesta de la patronal ha ido más allá: cobrar una parte del sueldo en conservas.

Un salario mínimo de 648 euros y el resto en latas. Una medida que, según las trabajadoras, supondría volver a la época franquista. Por eso los sindicatos han puesto el grito en el cielo. Las nóminas se verían reducidas en casi un 30%.

La patronal conservera asegura que el pago en especie es legal y que en cualquier caso sería una medida voluntaria para los trabajadores. 18.000 trabajadores del sector de toda España están pendientes de la firma de un convenio que empieza a negociarse a finales de este mes.

«Eso es una aberración, es faltar al respeto», asegura una trabajadora del sector. «Yo no puedo ir al banco y dejarle las latas encima del mostrador y decirle aquí tienes para la hipoteca», decía indignada otra trabajadora.

«Los sindicatos alertan de que las nóminas se reducirían en casi un 30%»

La propuesta de Anfaco al detalle

La Asociación Nacional de Fabricantes de Conservas de Pescados y Mariscos (Anfaco) plantea en su propuesta para el nuevo convenio, que las empresas y los trabajadores puedan llegar a acuerdos de forma voluntaria, para que una parte de los salarios se sustituyan por «productos o servicios».

En la propuesta de la patronal conservera se añade al texto del convenio una disposición adicional en la que se propone que las empresas puedan ofrecer a sus empleados «planes de retribución flexible», que serían «completamente voluntarios», y previo acuerdo entre las partes.

Así, esta nueva figura permitiría sustituir parte de la retribución dineraria por «productos o servicios valorados en igual importe a dicha cuantía de retribución dineraria reducida».

Para ello, la patronal plantea que se cumplan tres condiciones: que el sueldo que cobre el trabajador en dinero no sea inferior al Salario Mínimo Interprofesional (SMI); que la suma del sueldo en dinero y en productos esté por encima del mínimo salarial fijado en el convenio; y que el valor de los «productos o servicios en especie» no supere el 30% del salario.

Otras propuestas

En el texto del convenio propuesto por Anfaco se fija una vigencia de cinco años (2015-2019) y se establece una nueva clasificación laboral, en niveles y subniveles.

En función de esos nuevos grupos, se propone la tabla de salarios, que van desde los 930 euros en las categorías más bajas, hasta los 1.800 de los jefes de administración (sin contar los salarios del personal de dirección, que no han sido fijados en la nueva tabla).

La oferta de la patronal conservera también contempla el incremento paulatino de horas de trabajo al año, de manera que se pase de 1.730 horas en 2015 a 1.770 en 2019.

Asimismo, se modifica otro aspecto: se propone que la distribución irregular de la jornada pueda llegar hasta el 15% (hasta ahora estaba en el 7%) y se abre la puerta a considerar laborables los días de lunes a domingo.

http://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/6658405/04/15/La-patronal-conservera-propone-648-euros-de-salario-y-el-resto-en-especias.html#.Kku81ATjN1rsgHG